lunes, 12 de diciembre de 2011

1846: Una tarde de columpio


Buscando documentación en la web para una entrada anterior, me llamó la atención no encontrar niños y niñas meciéndose en un columpio en ningún cuadro anterior al siglo XX.

Goya
Renoir
García Ramos
F.G. Castro
Langret
Fragonard

Siempre había considerado el columpio (nuestro querido meceor de aquellas matanzas sesenteras) como un juego infantil. Y resulta que no fue siempre así. Durante los siglos XVIII y XIX era una oportunidad para el cortejo, y eran los mozos y mozas de entonces los que lo utilizaban.
Aquellas tardes de columpio quedan reflejadas perfectamente en el “interviú de la época” que os dejo como curiosidad:

...
En fin, llegamos al sitio donde estaba el columpio, que como ya he dicho era entre las dos ventas referidas. Había una muralla impenetrable de cabezas, caballos, burros, hombres, mujeres, niños, perros y qué sé yo; y en medio de todo una gran calle por donde corría en sus rápidas oscilaciones el columpio, a cuyo efecto se habían levantado en uno de los extremos de esta dos gruesas vigas de bastante elevación atravesadas por otra tercera, en la que estaban atadas con un envoltorio de trapos para evitar el roce, las dos cuerdas que constituían aquel carruaje aéreo. Las tales dos cuerdas se unían en su extremo inferior como a una vara de distancia de la superficie de la tierra, y habían puesto entre ellas para envolver los nudos de la atadura unas almohadas cubiertas por una manta de listas de diferentes colores. Sobre aquel aparejo estaba sentada una muchacha con un vestido blanco recogido y atado a sus pies con un pañuelo una toquilla o pañoleta de espuma de color grana, y en su cabeza de hermosísimos cabellos castaños, un manojo de rosas colocado detrás de la oreja izquierda. Levantados los brazos y agarradas sus manos de las sendas cuerdas, subía y bajaba en el columpio cantando alegremente, con la misma tranquilidad que pudiera hacerlo un jilguero que entonase sus trinos sobre la rama de un árbol, dulcemente mecido por la brisa.
Acompañábanla otras veinte voces y media docena de bien templadas guitarras y castañuelas, que formaban un ruido tan grato como alegre, y al final de cada copla daban todos los que cantaban un tan agudísimo y prolongado chillido, que no podían menos de resentirse mis profanas orejas. Mas fue tanto lo que cantó, gritó y se jaleó la del columpio; tan rápida la elevación y bajada de este, y tal vez también, tanta la divina pita que había guardado en su estomago, que empezó a debilitarse su voz y a empalidecer, de roja como la flor de la granada que estaba. Los que mecían, que eran dos mozos buenos, por medio de dos cuerdas delgadas atadas a las del columpio junto al asiento, las soltaron, y dejaron a este pararse por su propio peso. Así fue en efecto. En el momento de parar se tiró al suelo de un salto, dio cuatro cabriolas y fue a sentarse con la gente que cantaba y tocaba, diciendo con mucha gracia, “por poquito no me mareo”.
Otras muchas subieron después al columpio. Unas lo hacían solas de un salto; otras eran tomadas en brazos por los macarenos de la reunión u colocadas en el asiento; algunas se dejaban atar los pies con un pañuelo para que no se les levantasen las enaguas  con el viento; y otras más diestras, no consintiendo la tal ligadura, hacían despejar los grupos del frente para que al descender el columpio no les viesen las pantorrillas, aunque si tenían el cuidadoso descuido de entregar a los ojos de la multitud unos remates de empernadura de lo mas rico que en la tierra se conoce, dejando lo demás a la imaginación de cada quisque.
Así pasaba, cuando una mozuela que se estaba meciendo hubo de marearse por lo visto; porque perdió el color abandonando las cuerdas; y por muy pronto que hacia ella quisieron acudir, ya había dado un tremendo costalazo haciéndose una pequeña herida en la cabeza, (que el ventero restañó con una pequeña pegadura de yesca), y unas cuantas contusiones.
...
Del Semanario pintoresco español – Madrid – Septiembre de 1846.

Publicado por Enrique

3 comentarios:

Blas rogelio dijo...

Enaguas al viento, vaivenes acompasados, acaloramientos, mareos, desfallecimientos…... Lo que te gusta un “meceor”

Enrique dijo...

Te olvidas de las pantorrillas y de los remates de la empernadura.

Isabel dijo...

Desfallecida estoy de leer estos vaivenes acompasados. No logro imaginarme la escena en tiempo actual. Alguno de vosotros (Blas, Enri, Manolón...) empujando acompasadamente el columpio. Alguna de nosotras (La rubia, Mary, yo...) con nuestras enaguas al viento... No me cuadra la escena, no...
Ya sé porque es ¡¡Nuestras empernaduras no llevan remates!!