martes, 6 de marzo de 2012

Los mantequeros

Juan Diaz de Garayo

La leyenda de los mantequeros ha estado viva en los pueblos durante mucho tiempo, seguramente más del que alcanzamos a recordar.
Se utilizaba habitualmente para aterrorizar a los niños. Los padres la utilizaban para mantener a sus hijos a raya, inculcándoles en lo más hondo de su imaginario que en el momento menos pensado, un ser monstruoso aparecería para secuestrarlos. Por tanto no debían permanecer en las calles a horas inadecuadas, debían huir de los extraños y cumplir las órdenes recibidas.
A veces los padres podían rizar el rizo y llamar a un mantequero que, seguramente, estaría a su disposición esperando la llamada.
Los mantequeros eran unos hombres que se llevan a los niños. Los mataban primero y luego les sacaban las mantecas para dárselas a los tísicos.


Esta leyenda cuenta con bases reales, se asienta sobre asesinatos ocurridos realmente y cuyos hechos, desfigurados por la fantasía del narrador, pasaban oralmente de un pueblo a otro. Los orígenes de la leyenda
A principios del siglo XX Juan Díaz de Garayo, un rudo agricultor Alavés con rasgos de  homínido, asesinaba y violaba mujeres a las que rajaba el vientre de forma atroz. Cuentan que su captura se debió a que una niña, al cruzárselo por la calle y ver su horrendo rostro, imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser un mantequero y se puso a gritar señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado abusar de la niña, lo llevó al cuartelillo se vino abajo y confesó seis crímenes. Al final, fue condenado a muerte a ajusticiado en Garrote Vil.

Antes, a medidos del siglo XIX, Manuel Blanco Romasanta conocido como el hombre lobo de Allariz, se dedicaba a la venta ambulante de untos o grasas. Fue acusado por los lugareños de que las grasas que vendía eran de origen humano y condenado por la muerte de un alguacil. Consigue escapar de la justicia y durante su búsqueda asesina a nueve personas más infringiéndoles terribles heridas con sus propios dientes e incluso comiéndose parte de sus cuerpos al más puro estilo del hombre lobo. Al final fue detenido y condenado a muerte. Un hipnólogo francés pidió a Isabel II que revisara la causa y le permitieran estudiar lo que era un claro caso de Licantropía, un desorden psicológico bastante desconocido en la época. La pena de muerte se transmutó en cadena perpetua. Romasanta moriría años después cumpliendo condena en la cárcel.

El crimen de Gador ocurrió en el verano de 1910. Francisco Leona, un curandero con pocos escrúpulos, ayudado de Julio “el tonto”, un personaje con pocas luces, secuestraron y mataron a un niño de siete años con el único fin de extraer su sangre y su grasa para usarlos en la cura de un tercer hombre enfermo de tuberculosis llamado Francisco Ortega “El Moruno”. Según Leona, la sangre y la grasa de los niños tenía muchas aplicaciones terapéuticas, siendo la sangre regenerativa contra la vejez y diversas enfermedades y los emplastes de grasa todo un milagro contra la tuberculosis. Los tres elementos fueron condenados a muerte.

Este cocktail terrorífico dio lugar al mito de los mantequeros.
Hoy los mantequeros no necesitan asesinar y los sebos no curan la tisis. Sin embargo, siguen actuando con asiduidad y cobran por ello. En espacios asépticos y equipados de guantes y batas, lo denominan… lipoescultura.

Publicado por Enrique

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