El ADR Alpujarra, en su catálogo de bienes culturales del municipio de Cádiar, incluye este edificio con la siguiente descripción:
Municipio: CADIAR
Nucleo: CADIAR
Conservación: MALA
Categoría: CASA POPULAR DESTACABLE
Uso actual : Abandonada
Descripción: Edificio de planta cuadrangular, de dos alturas, construido en mampostería, con cubierta a dos aguas de teja árabe y con zócalo. En su fachada principal presenta vanos en número de tres por altura. El vano central es una portada enmarcada por pilares y arco segmentado, de ladrillo sobre la que aparece un balcón sobre cartelas de forja y baranda con decoración de cuadradillos. Sobre la fachada aparece un gran frontón triangular recercado por cornisa, con dos vanos, uno sobre otro. El de debajo de arco de medio punto recercado, y el superior adintelado con recerco de ladrillo y una corona sobre él.
Localización: Calle Milagro, nº 64, bajo la iglesia.
Aspectos Históricos: Siglo XV.
Interés etnológicos: Antigua Posada del Cojo o del Mesón.En el diario Ideal, el día 27 de octubre de 2009, Rafael Vilchez publicaba el siguiente artículo en referencia e esta posada:
El antiguo mesón de 'El cojo' quiere que le llegue el milagro
Cádiar pide ayuda a la Junta para adquirir y rehabilitar un inmueble del siglo XVI
El Ayuntamiento de Cádiar ha solicitado ayuda a la delegación de Cultura de la Junta de Andalucía para adquirir y poner en valor el 'Mesón del Cojo' construido a finales del siglo XVI. Este emblemático edificio, conocido también como 'La posada del cojo' sirvió de parada en su viaje a Cádiar del que pretendía ser rey de Granada, Aben Xaguar, tío del reyezuelo, como así llamaban, Aben Humeya.
Según cuenta el alcalde de Cádiar, Antonio Jiménez Dumont, durante la Navidad de 1568 se ultimaron en esta posada los detalles de hechos tan relevantes en la historia de la Alpujarra como la coronación de Aben Humeya como rey de los moriscos, junto un olivo que todavía existe en una finca que linda con el camino del anejo de Narila.
Más tarde el mesón sirvió de posada a don Juan de Austria que, tal como cuenta la tradición, anduvo persiguiendo para tener amores con la hija del posadero que tuvo que salir huyendo por los terraos (tejados) para escapar de su furia.
A finales del siglo XVIII esta posada sirvió de parada a mercaderes que se desplazaban de distintas regiones españolas para realizar compras y ventas en Cádiar, donde se celebraba un importante mercado. El prestigio de este establecimiento también aparece documentado en las primeras décadas del siglo XX, que acoge a conocidos intelectuales de la época representantes en su mayoría al círculo de Bloomsbury, que acuden a estos lugares con motivo de la estancia en Yegen del célebre hispanista Gerald Brenan, autor del libro 'Al sur de Granada'.
Jiménez Dumont manifiesta que «tras la I Guerra Mundial Brenan se adscribió al círculo de Bloomsbury, de quienes cuando ya estaba instalado en Yegen, recibió numerosas visitas como la de Bertrand Russel, Ralph Patridge, Utton Strachey, Leonard o Virginia Wolf. Por aquel entonces, el antiguo mesón y posada de Cádiar era uno de los mejores establecimientos de la comarca. El inmueble, de propiedad particular, es de planta rectangular, tiene dos alturas y está construido en mampostería, con cubierta a dos aguas de teja árabe en unos 350 metros cuadrados de superficie.
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Agunos comentarios sobre lo anterior:
En cuanto al nombre, tengo que decir que siempre lo he conocido como El Mesón. Ciertamente fue una posada en sus tiempos. Aunque el apellido de “el Cojo” no he sabido de él nunca y desconozco su origen. Si alguien conoce este dato sería interesante que lo comentara.
En cuanto a su conservación, es muy evidente que es mala. Muy mala. Y en cuanto a su uso, también es evidente, que está totalmente abandonado. No necesito mucha imaginación para prever que, en unos pocos años, será un amasijo de escombros como “la Casa del Cosario” o “la casa de Aben Humeya” en Narila.
Podéis observar que su cubierta es el cielo abierto.
En cuanto a la localización el ADR se equivoca. Está situado en una placeta o ensanche, por todos conocida, de la calle Real. Es cierto que uno de sus laterales se sitúa en la calle Milagro, pero no su entrada principal. Además, la pequeña y pintoresca calle Milagro jamás podrá alcanzar una numeración en sus puertas que alcance hasta el 64.
En cuanto a la fecha de construcción, que los documentos anteriores sitúan en el siglo XV o XVI, desconozco en que fuentes basan estas afirmaciones. Pero, al menos, resulta poético pensar que son ciertas. Que en esta posada se fraguaran aspectos decisivos de la rebelión morisca y que, incluso, se decidiera la coronación de Aben Humeya. Igualmente poética resulta la escena imaginada de la posadera huyendo por los tejados perseguida por el hermanastro del rey en paños menores. O la salida de la posada de D. Juan de Austria, altanero en su caballo, adornado de realeza y acompañado de pajes y de capitanes de confianza.
O imaginar a Bertrand Russel o Virginia Wolf saliendo por el portón y paseando por la calle Real.
Este pueblo debería aprender de una vez por todas a sacarle partido a su pasado, ya sea real o legendario.
Con todo, lo más importante para mi son mis vivencias en ese edificio. Y, estas, aún permanecen nítidas en mi memoria. Corresponden a mis tiempos infantiles y, tal vez por eso, las recuerdo con tanto cariño.
Son recuerdos de tres niños jugando en aquel portal empedrado, grande y oscuro. De las tenebrosas caballerizas con sus anillas empotradas en la pared. Del inmenso y pesado portón de entrada. De la enorme tranca que servía para cerrarlo desde dentro. De las escaleras que parecían embutidas en la pared y que, tras un primer giro, se abrían en forma de T para dar acceso a las dos alas. De las habitaciones grandes de la primera planta o del laberinto de cuartos de la segunda.
Sensación a viejo, grande y frío. La misma sensación que te embarga cuando visitas un castillo medieval.
Pero también sensación de vida, de juego y de calor humano. Y es que puedo ver con claridad a Frasquito sentado en una silla o a Virginia, llena de energía, atareada en la cocina. Puedo ver a Virginita, como siempre la llamaba mi madre, dando clases en verano. Y sigo viendo aquella primera guitarra y escuchando aquellas primeras canciones que tocaba Pepe Luís.
Espero y deseo que estas fotografías no sean las últimas y, al menos, seamos capaces de conservar la fachada de este edificio tan singular.
Publicado por Enrique
2 comentarios:
Por mentar a dos personas que no nombras, quiero mandar un abrazo a mi amigo Paco Prats, y tener un recuerdo de Encarnación, una mujer entrañable que siempre me trató con un inmenso cariño. Desearía que Viginia, Pepe Luis, a los que también mando un abrazo, o Paco comentasen un poco esta entrada tan interesante y tan bien mostrada por Enrique
No digo nada de Paco, ya estaba en Granada en aquella época de mis recuerdos. También recuerdo a Encarnación pero de una forma mas brumosa.
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