jueves, 10 de noviembre de 2011

Un día de 1971












Ayer callejeaba por un tramo de la Calle Real con fotografías de ahora, del año 2011. Hoy voy a fantasear que callejeo por el mismo tramo de calle, pero el momento es otro. Hoy, más que callejear, imagino que el tiempo se ha detenido y que paseo por un tiempo que ya está casi olvidado.



La calle se llama, ahora, General Franco. Aunque este nombre solo se usa para poner el remite en las muchas cartas que se escriben, la gente del pueblo sigue llamándola Calle Real.
Es cinco de Enero de 1971.


El día amanece brumoso y frío y la calle está en silencio. De rato en rato pasa algún labrador caminando hacia su haza.
Poco a poco la bruma de la mañana va despejando. Faltan pocos minitos para las nueve y se oye el rugir de una moto de pequeña cilindrada. Nico baja de la moto y abre la doble puerta de madera de la zapatería. Sobre ambas hojas cuelga, mirando a la calle, dos expositores atiborrados de lo último en  calzado.
Mientras, van oyéndose los zumbidos de algunos cierres metálicos que van subiendo por sus guías engrasadas. Los comercios están abriendo sus puertas y la gente, poco a poco, comienza a pulular por este tramo de calle.

Hoy la mañana está movida. Un pequeño camión  parado ante el almacén está siendo descargado. Delante de José Andrés, que dirige la descarga, van pasando, saco a saco, las cebollas y patatas. En el interior de la pequeña nave, de unos sacos de papel están pesando salvao y pienso para animales.

Las horas van avanzando y ya se oyen voces de niños en la cercana plaza. Son niños emocionados, los nervios a flor de piel, esta noche será mágica, será la noche de Reyes. Algunos aporrean latas. Viejas latas de pintura a las que, con alambre doble, han hecho un gran asidero.
La calle sigue moviéndose, llena de vida. En la zapatería de los hermanos Almendros no para de entrar y salir gente. Mientras Juan atiende a los clientes, Pico se afana trabajando la goma de unos viejos neumáticos que poco después serán las suelas de las albarcas.

Unos metros más arriba los hermanos Ocaña, Paco y Pepe, no paran de cruzar la calle. Desde la tienda al almacén de enfrente y luego, de nuevo, a la tienda. Un desfile continuo de artículos diversos que atraviesan la calle de una acera hacia la otra, un montón de pantalones, unas cajas de camisas, las mantas Mora que son de abrigo…Y es que la tienda está llena, ya se sabe, son los Reyes y siempre habrá compras de última hora.
Encima del almacén, en la casa, dos pequeños corretean. Pepillo juega al escondite con su prima Inmaculada. Más que jugar, pegan voces y pelean. Es la intranquila espera, el no saber con certeza si la carta que escribieron llegó a Oriente sin problemas.
Hacía el mediodía, un cálido sol invernal ha calentado la acera. Francisco Ocaña, el viejo maestro de siempre, con su bastón y sombrero, saca una silla a la puerta. Y sentado y relajado entretiene el tiempo, antes lleno de ecuaciones y sinónimos, con el saludo a la gente que va y viene por la calle.

Tienda de Los Ocaña, años 50. Fuente: Cádiar testimonio y semblanza, publicado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento.


Mientras tanto, en la primera placeta, Jesús está cosiendo dos cueros en su pequeña talabartería. Conversa con un cliente y va cosiendo algunos versos. Se acerca a las costuras, hasta tan cerca tan cerca, que los cueros y sus ojos parecen una misma pieza.
En la puerta de su casa están Joaquín y su hija Rosalía. Regresan de un pequeño paseo y se disponen a subir las empinadas escaleras. Antes de subir saludan a unos paisanos que pasan. Van al pequeño despacho que tiene Antonio Mendoza. Tienen que pagar los sellos y a hablar sobre unos dineros y sus futuras pensiones.

Ya es cerca de la una y, en la tiende de Mercedes, hay varias mujeres comprando. Tres kilos de harina de sémola, un par de kilos de arroz o unas docenas de arencas; todo pesado a granel. De la tienda sale también una joven con su cartucho de pipas hecho con papel de estraza y un pequeño, tan feliz, con su peseta de natas.

Poco antes de las dos, Antonio Vargas regresa con la borriquilla cargada. Hoy regresa un poco antes, hay entierro por la tarde y habrá que estar preparado. Al subir las escaleras lo recibe un pequeñín que cierra con fuerza sus manos sobre un coche de madera. Un beso en la mejilla y a comer, que la mesa ya está puesta.

Cuatro y media de la tarde, al son del último toque da comienzo el funeral. Desde este tramo de calle se escucha el rumor sordo de muchas conversaciones. Son los hombres en la plaza esperando, con paciencia, el podéis ir en paz y que el difunto aparezca por el portón de la Iglesia, para acompañar a sus restos camino del cementerio.

Pasan algo de las cinco y el cortejo ya camina por este tramo de calle. Primero va el ataúd, a hombros de los amigos y de algunos familiares. Tras él está D. Ramón vestido con la sotana. Lo flaquean dos monaguillos, uno con una cruz y el otro con el hisopo y con el agua bendita. Después, y de riguroso negro, caminan los familiares afligidos del difunto. Sigue el resto del cortejo, todos los hombres del pueblo, que llenan toda la calle. Y de nuevo el rumor sordo de muchas conversaciones.
Desde sus ventanas abalconadas las hermanas Cojayeras, que ya han vuelto de la misa, contemplan todo el cortejo.

Al pasar por el estanco (aquel estanco pequeño con estantes de madera) algunos de los hombres entran. En todos los trabajos se fuma, incluso si vas de entierro. Compran el Caldo Gallina o el paquetillo de Celtas. Encarna debe atenderlos porque José está en el entierro.
El cura y las monaguillos ya regresan a la Iglesia. Despidieron al difunto en la fuente del Mesón. Al pasar por este tramo, próximo ya a la plaza,D. Ramón va saludando. Y es que mientras el cortejo camina hacia el cementerio, en este tramo de calle ha vuelto a reinar la vida. En los comercios abiertos hay ya mujeres comprando y hay niños que van corriendo al patio del Ayuntamiento.

Ya son las seis de la tarde y una sábana de noche se extiende sobre la calle. Un resplandor amarillento anuncia la situación de un pequeño bar, elevado medio metro sobre el nivel de la calle. Esta tarde está vacío. Pepetín en el cortijo, y un niño de unos diez años, con la boca a reventar, masticando chicles Dunkin, espera que haya clientes.

A las nueve de la noche las casas están repletas y con las puertas abiertas. Tras la esquina de la vieja casa de Enrique Morón se adivinan ya las luces de antorchas y de bengalas. Pronto está la calle llena de jóvenes disfrazados, de vapores de gasoil, de humos y de colores, de caramelos volando y de pequeños llorando.
Los Reyes Magos avanzan y, en el balcón alargado de la casa de sus padres, Mauricio ya está grabando. La cámara de superocho enfoca la cabalgata. Y un niño mira hacia  arriba vestido con cuatro trapos, un gorro de cartón pintado,  y churretes de cera blanca; en una mano la lata y en la otra el hierro ardiente cuyo peso no soporta.

Tras toda esta algarabía, y tan solo por momentos, la calle queda vacía. En el suelo los papeles de miles de caramelos, unas manchas de gasoil y las cajoneras de siempre.
Tan solo un poco mas tarde la calle vuelve a la vida. Como toda noche de Reyes, hoy hay fiesta en el casino. La puerta azul está abierta y hay gente entrando y saliendo. Juan Cabrejas, en la barra, va  atendiendo al personal. De nuevo la calle llena del sonido de la fiesta, y de fondo las campanas siguen contando las horas.
Las cuatro de la mañana y aún quedan los  rezagados que no piensan en dormir. Salen del casino en grupo para un último paseo hacia carretera escarchada, acompañados del frío de una helada madrugada.

Por fin la calle queda desierta. Duerme este tramo de calle, pero su sueño es ligero. Pasarán algunas horas y la calle estará lista para vivir otro día. Y recibirá a San Blas que, mecido por sus mayordomos y con su estadal al cuello, pasará haciendo camino, para sus vacaciones de invierno, hacia la Iglesia del pueblo.

Esta es la historia de un día, hace tantos, tantos años en un trocito de calle. Es una historia ficticia. Como dicen las películas, cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia. Hasta muchos de los nombres parecen ser inventados. Hace ya muchos años y parecen olvidados.

Con mi recuerdo hacia todas aquellas personas que aparecen en esta historia que ya no están con nosotros.

Publicado por Enrique

17 comentarios:

María dijo...

Enrique, me has hecho retroceder unos cuantos años, tanto en el pensamiento como en el sentimiento...Gracias.

cojayero dijo...

Cuando los recuerdos perduran tras demasiados pasos, y quedaron grabados en la inocencia de los 7 u 8 años.
Muy buen relato que nos recuerda con nostalgia aquellos maravillosos años.
¿Quienes eran esas cojayeras?

JFA dijo...

¿No has visto pasar al cartero? A sus 17 años la valija hace más bulto que él, luce ya un pequeño bigote que, cree, le hace más interesante. Ese día, como casi todos los días paró para echar un rato con Juan Cabrejas; leyeron juntos las crónicas del "ideal" del martes y de la "hoja del lunes" del día anterior: el domingo dia 3 "Santi", sobrino de Juan y jugador del Betis le había metido un gol de cabeza a Sadurní. Juan estaba orgulloso y el cartero se moría de envidia.
Después llevó carta a Pepetín que gritaba y peleaba con Magdalena porque Lorenzico había roto por segunda vez la orza de la longaniza y, para disimular la travesura, había regogido los tiestos y los tropezones con las manos, restregando toda la pringue en el mostrador. Gritaba, ¡ónde sametio! que le voy a dar una japuana que no vaquedar
arresgostao...

Paco Almendros dijo...

Gran historia Enrique. Me ha gustado mucho. Excelente, también, el comentario de Pepe. El paseo acabó en el mesón, no llegó al Calvario !Qué pena! quizás otro día. A mi amigo Juan le digo que las Cojayeras eran unas señoras que tenían una tienda de ropa/tejidos allí en la Calle Real. Un abrazo a todos.

Enrique dijo...

Paco el paseo solo llega hasta la antigua casa de Enrique Morón, hoy de los Villalta, es decir a la primera placeta. El único que llega al mesón es el cura que acompaña el entierro.
En cuanto a lo demás: genial el comentario de Pepe.
En mi cabeza conservo multitud de historias y anécdotas con Lorenzo. Con el tiempo irán surgiendo.

Anabel dijo...

Los numeritos es porque no sabia como publicar..perdon.
Hola,me encanta este blog!Vivi poco tiempo en Cadiar pero esa era mi calle y guardo muy buenos recuerdos..esta entrada ha refrescado mi memoria, gracias Enrique.
He recordado los huevos de Cabrejas, nunca habia visto un huevo a la plancha de tapa,y que mi madre me compro algo para el ajuar en la tienda de los Ocaña, a la señora del estanco, el spar..en fin!gracias otra vez y seguimos en contacto.saludos

JFA dijo...

Santi, jugador del Betis en los años 68 a 71; en total llegó a jugar cuatro partidos con el primer equipo, contra el Rayo, el Barcelona, el Osasuna y el Calvo sotelo (Villanova, Grau, Telechía, Mellado, González, Pachón, Santi, Quinichi, Quino, Rogelio y Cristo). Con los años, pocos más, en el 79, pasó a ser Santiago Martínez Cabrejas, primer alcalde democrático de Almería.

http://www.elpais.com/todo-sobre/persona/Santiago/Martinez/Cabrejas/1793/
http://es.wikipedia.org/wiki/Santiago_Mart%C3%ADnez_Cabrejas

Manolo dijo...

Joer, Pepe. Si en el Betis jugaba Cristo, ganarían todos los partidos no?
Bueno Esperaré que llegue ese paseo a mi casa de aquellos entonces, que no se si os acordáis que en el 1971 yo aún vivía en mi casa natal, en la CALLE REAL ALTA. Ni más ni menos que la primera o la última, según se mire. La primera empezando por el norte, (lo siguiente es ya “El castillejo”) aunque me temo que es la última empezando por el ayuntamiento. Ya os adelanto que mi barrio tenía menos comercios y menos bullicio, pero eso si, tenía al lado el barranco de “Pedro Conde” que era mu recurrente para muchas historietas vividas. Hasta entonces un saludo.

Paco Almendros dijo...

Curioso esto que cuentas, Pepe, fíjate que yo sabía lo del sobrino futbolista de Juan y, por supuesto, lo del sobrino alcalde de Almería, pero, al no haber indagado en la faceta deportiva del personaje, desconocía que se tratara de la misma persona. Siempre sorprendes con las historias que cuentas y yo te lo agradezco. Eres el mejor cronista de Cádiar. Por cierto que en aquella jornada de liga el Granada C.F. le ganó al Elche 3-1 con goles de Lasa, Juárez y Barrios. Por el equipo local también jugó De la Cruz, Santos, Barranechea, Vicente...El mejor Granada C.F. de la historia. Esta información la he sacado de la Guía Marca, uno de mis libros de cabecera. Buen domingo a todos.

JFA dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
JFA dijo...

Muchas gracias Paco por lo bien que ves. Lo cierto que viví de forma privilegiada unos años de la vida de nuestro pueblo, a una edad en la frotera de la vida, y en general tengo un grato recuerdo de las personas con las que me relacionaba. Juan Cabrejas era un filósofo que había corrido mucho mundo, o tal vez por eso era filosofo, por lo que había vivido; sabréis que fue el primer conductor de un turismo en Cádiar, creo que propiead de Manuel Tarifa. De haber vivido en la edad media habría sido un trovador porque gustaba de contar historias, seguramente muchas fabuladas con imaginación y su moraleja, pero no era un Juan Madruga cualquiera, contaba historias posibles o reales,todas eran coherentes y enganchaban, a mi me tenía fascinado; me encantaba entrar en esa zapatería que regentaba, en la que dudo que alguien comprara algo alguna vez, pero donde el tiempo y el cartero se detenían a diario. Recuerdo con mucho cariño tanto a Juan como Magdalena, su mujer, que siempre aparecía detrás de la cortina cuando yo entraba, bueno supongo que bajaría siempre que alguien entrase, yo creo que Juan la conquistó contandole una historía, pues oía las que contaba para mí con aprobación, incluso diría que con verdadera fascinación, aunque presiento que algunas ya las había escuchado antes, me la imagino de joven, espachurradita, oyendo hablar a Juan cuando la historia que contara fuera para ella.
La verdad es que con los años nuestra memoria nos hace ver las cosas de forma diferente a como probablemente fueron, pero hay impresiones que uno lleva pegadas en no sé dónde que son las que cuentan en eso de los afectos, como la que tengo de Paco el del Calvario, muy grata también, pues trataba a los jóvenes que aún no habian empezado a vivir como si fueran personas experimentadas, Paco no contaba historias pero te preguntaba sobre las cosas de la vida o tu opinión sobre una noticia leída en el diario de Marbella que recibía simpre con varios días de retraso, valorando siempre la respuesta. Allí, en la tienda del calvario, viví alguna anécdota que contaré cuando toque contaré, pues en la recacha de su puerta se reunian personajes tan singulares como Ricardo Lunares, José Alcázar, Vidal...

Paco Almendros dijo...

...En fin. Mañana día duro de trabajo....Buenas noches a todos.

Enrique dijo...

Es estupendo saber contar bien las cosas. Es, además, maravilloso cuando se hace de una forma bonita y amena, adecuando el tono, el estilo y el ritmo a lo contado. Pero lo más importante es tener cosas que contar.
Pepe, tú tienes muchas cosas que contar, y espero que lo hagas, aquí o en cualquier otro medio o formato que elijas.

Blas rogelio dijo...

Hola soy Blas Rogelio y esto es una prueba :)

Enrique dijo...

¿Alguien conoce a es tal Blas Rogelio? ¿Es algien de Cádiar?

Bienvenido al blog Blas. La prueba te ha salido bien. Has consegido entrar en el mundo digital. Espero que te enganche.
La verdad que esperaba que tu primer comentario sonara`parecido a este:
Ehhhh ... que ya estoy aquiii!

Bienvenidos también a los otros nuevos seguidores: Serafín Prats y Anabel.

JFA dijo...

Blas Rogelio puede ser un "borico". Creo que es el hermano pequeño de Salvador y Cristóbal.

Enrique dijo...

Claro que es Boríco de pura cepa.
Era ironía. Es un amigo, y muy apreciado, que pasó su parte de su juventud sirviendo mesas a la sombra de la torre.