jueves, 27 de octubre de 2011

El cuento de la lechera

Todos conocemos el cuento de la lechera. Aquella fábula de Esopo (siglo IV a. c.), o sus posteriores versiones, como la de Samaniego.
Todos conocemos aquella joven, con el cubo o el cántaro en la cabeza, camino del mercado.
Todos recordamos los castillos en el aire que construyó su mente soñadora.
Y todos conocemos el resultado final: ni huevos, ni gallinas; ni vacas ni cochinos, ni trajes ni padrinos.
También conocemos la moraleja final. En palabras de Samaniego:
¡Oh loca fantasía!,
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro:
mira que ni el presente está seguro.

En los tiempos actuales la fábula sería distinta. Podría ser algo parecido a esto:
Una lechera llevaba en la cabeza un depósito de aluminio con diez mil litros de leche. Caminaba derrengada hacia la central lechera, mientras en su cabeza daba vueltas una irreal ensoñación:
Con el dinero que me den por la leche casi no podré pagar el sueldo de las vacas. Además tendré que pagar su seguridad social y la comisión que se lleva la empresa de trabajo temporal. Tendré que apartar dinero para pagar los módulos del trimestre y la cuota mensual de la hipoteca del establo.

En estas estaba la lechera cuando decidió, de pronto, pegar una patada al depósito para que se derramara la leche. No contenta con esto, se tiró al suelo para que el depósito le pasara por encima. Casi aplastada llamó al 112 para que la recogiera una ambulancia. Y mientras iba hacia el hospital, en su cabeza daba vueltas una irreal ensoñación:
Déjate de sueños vagos, de huevos, de pollos y de granjas. Consigue una baja por accidente laboral que dure el mayor tiempo posible. Luego intenta cobrar el paro y la ayuda familiar. Cuando vuelvas, préndele fuego al establo y sácale el máximo al seguro. Luego búscate cualquier trabajo en la economía sumergida. Así vivirás tranquila para el resto de tu vida, sin la carga del depósito sobre tu cráneo cansado.
Pero aun así retumbarían en su cabeza las líneas finales escritas por Samaniego: No anheles impaciente el bien futuro: mira que ni el presente está seguro.

Sin embargo, el cuento de la lechera que quiero contar no es este. Es un cuento de recuerdos. De sueños en mi cabeza, pero de sueños conscientes con la mirada hacia atrás.
Sueño que estoy en la plaza con la impaciencia del juego, uno de los muchos juegos a los que se jugaba antes.
Sueño que llega mi madre, siempre ya de anochecida, y me suelta la lechera. De aluminio o de latón, no está claro esto en mi sueño.
Sueño que salgo corriendo, con la lechera en la mano, por el callejón de Emilia. De Emilia “la de la Paloma”.
Sueño que llego a la casa de Jerónimo Lozano. La puerta está siempre abierta y las luces encendidas.
Sueño sobre la mesa, la olla de porcelana. La mesa, oscura y pequeña, la olla … una olla gigante.
Sueño que Gracia levanta aquella tapa rojiza y que se adivina la leche, una leche espumosa y blanca.
Sueño con el medidor de plástico, que con suaves movimientos, abría un camino en la espuma.
Sueño con la lechera llena, camino de vuelta a mi casa, con sus formas abolladas y con su tacto caliente.
Sueño que vuelvo corriendo hasta llegar a la plaza, para retomar el juego sin haber perdido nada.
Sueño con los quemadores de la hornilla de butano, calentando el recipiente, y la leche que se sube, burbujeante, hasta llegar a apagarlos.
Y sueño que, tras la cena, bebo de nuevo esa leche, leche recién ordeñada.
Y evoco las sensaciones de esos sabores y olores.
Son sensaciones perdidas, ocultas en mi memoria tras montones de cartones con forma de tetrabrik.

Esto es parte de mi cuento, del sueño de la lechera.
Aunque puedo soñar más.
Y acompaño a mis amigos anca Caracol o anca Elena.
Y rememoro el ordeño, a diario, de las vacas.
Y experimento el poder de aquellas fuerzas centrífugas que, haciendo girar la lechera como si fuera un molino, impulsaban a la leche para que no se cayera.
O me río a carcajadas si el experimento falla y la leche terminaba derramada por suelo.

Como siempre, recuerdos y sueños, o recuerdos que se confunden con sueños.
Recuerdos que se comparten con los recuerdos de otros, que iban a por la leche hasta el molino de Jorge o a por leche de cabra que ordeñaba José el Lobo.

Publicado por Enrique

12 comentarios:

Loly Juarez dijo...

Qué bonito, que recuerdos….
Yo también iba a por la leche a la casa de Jerónimo,
Siempre era Gracia la que me echaba la leche,
una o dos veces me ha vuelto a llenar la lechera,
jugaba a darle vueltas y salía volando, jajajaja…..
Muchas veces he visto como ordeñaban las vacas.
Qué rica estaba esa leche….

Enrique dijo...

Efectivamente, Rubia. He trastocado el nomber de la madre por el de la hija.
Era Gracia la que ponía la leche. Ya he editado la entrada.

¡Te habrá costado un trabajo enorme el comentario!
Se agradece.

Enrique dijo...

Hombre Mauri, tampoco es pa tanto!
Simbolo de pobreza y atraso, es posible, eran otros años ... en todo se avnaza.
Simbolo de falta de higiene, pues no. La leche se hervía, un tratamiento térmico similar a la pasteurizacion a la higienización.
Olor y sabor si, pero la gente estaba acostumbrada. Hoy probablemete, la mayoría, no soportatríamos ese sabor y olor.
En cuanto a la nata .... simplemente era necesario el colador. Sin embargo, era símbolo de que la leche era natural y entera.

Y eso que a ti te llevaban la leche a casa y no tenías que dejar el huego en la plaza.

Manolo dijo...

Pues yo también recuerdo esa olla Roja en esa minimesa de Gracia. Pero recuerdo con mas cercanía (en el tiempo) tener que trasponer hasta la casa de “caracol” y allí recuerdo tres ollas, pero estoy seguro que no estaban divididas en: Entera, semi y desnatada. Lo que si estoy seguro es que era PU.LE.VA. PURA LECHE DE VACA. Esa si se merecía ese nombre.

Isabel dijo...

YO como soy del barrio bajo, más símbolo de pobreza y atraso si cabe, iba a por la lecha anca José el Lobo y era leche de cabra recién ordeñada. Antes de José el Lobo, y esto yo casi no lo recuerdo, las cabras eran de la Tia Nieves y el Tío Tocino, matrimonio peculiar donde los haya. El Tío Tocino recuerdo que enfermó de gripe un año y mi madre le llevó un jarabe para la tós que él se bebió a tragos en una noche. Se le curó la tos pero le dió cagalera... Normal.

No recuerdo nada de esto como un tiempo ancestral lleno de pobreza y falta de higiene. Mis recuerdos están encaminados más a madrugar y coger la lechera, porque a diferencia de las vacas, las cabras las ordeñaban por la mañana, por lo menos José el Lobo.

Y el cueceleches.... ¿Os acordais? Feliz domingo, amigos.

Enrique dijo...

Isabelita, con esa forma tan especial de escribir y esos recuerdos tan particulares, deberías escribirnos algo.
Al menos una semblanza de ese Tio Tocino tan particular. Seguro que merece la pena.

Paco Almendros dijo...

Yo también tengo estos recuerdos de la leche, no en la casa de Jerónimo, pero he de decir que el comentario de Mauri me ha arrancado una carcajada (la única de hoy, creo).

Feliz noche a todos

MANOLO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
MANOLO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
MANOLO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
MANOLO dijo...

Permitdme un "breve" comentario para contar el cuento desde otro punto de vista.

No sé si lo recordáis pero nosotros también teníamos vacas y también vendíamos leche en el barrio bajo usando el mismo procedimiento que tan bien describe Enrique.

La gran olla y las medidas de cuarto y medio litro presidían la mesa camilla a la entrada de mi casa todas las mañanas, porque sabed que las vacas se ordeñaban dos veces, por la mañana y por la tarde-noche. No recuerdo ninguna intoxicación por tomar leche de vaca recién ordeñada.

Yo era de los que, como Jerónimo, repartía la leche a algunas familias, tras el ordeño de la tarde.

Recuerdo con mucho cariño a los "Alcalás", que como eran muchos, su lechera era enorme. Recuerdo los sustos que me daba su perra Laika y especialmente las tapillas que me daba su madre, excelente cocinera por cierto, mientras preparaba la cena.

Recuerdo el mucho trabajo que me daban las vacas,pues había que darles de comer, sacarlas a las alameas a pastorear, ordeñarlas y sacarle el estiércol, pues comen mucho y "así come el mulo, así caga el culo" ... en fin, me quitaron muchas horas de juego pero a la vez eran mi juguete preferido y les cogía cariño, especialmente a una que tuvimos mucho tiempo y que, cuando don Antonio nos enseñó a pintar al óleo, yo reproduje sus manchas sobre una tablilla de madera...

Eran otros tiempos, no por eso perores, era lo que había y me siento orgulloso de ellos.

Manolo (molinero)

Enrique dijo...

Gracias a todos por las aportaciones que haceis en los comentarios.
Como pretendo que estos recuerdos sean recuerdos compartidos he editado la entrada añadiendo dos últimas lineas en las que se hace referencia a José el Lobo (aportaciónm de Isabel) y a Jorge el molinero (aportación de Manolo).